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Con un discurso frontal y sin rodeos, monseñor Ricardo Valenzuela utilizó este domingo el espacio de la misa en Caacupé para desnudar la actitud indiferente y pasiva que, según él, se ha instalado en las autoridades nacionales y también en gran parte de la sociedad.

Valenzuela partió de la conocida parábola del buen samaritano para interpelar directamente a quienes se limitan a hablar de solidaridad pero no la practican.

Hay que ser prójimo con hechos, no solo con palabras. No amemos solo desde palabras ni con la boca, sino con obras y según la verdad”, recordó citando a San Juan Evangelista.

“Si el samaritano se hubiese limitado a decirle al herido ‘pobre anga, qué pico te pasó, ánimo’ y se marchaba, habría sido una burla. Así estamos muchas veces hoy con nuestras autoridades, llenos de discursos, de palabras bonitas, pero sin actos concretos”, sostuvo Valenzuela. Cuestionó esa costumbre social y política de anunciar promesas, de declarar solidaridad desde los micrófonos o las redes sociales, pero abandonar a su suerte al necesitado.

No esperar a que alguien sufra para ayudar

Criticó que muchas veces se espera pasivamente a que alguien sufra para decidir si se lo va a ayudar o no, y que el mayor error es asumir que el prójimo es solamente la persona herida o desamparada, cuando en realidad el verdadero prójimo es el que se acerca, el que actúa, el que se involucra, el que no pasa de largo.

“Jesús cambió por completo esa visión. No es necesario esperar pasivamente que alguien aparezca en nuestro camino para decidir si vamos a ayudar o no. Nos toca estar atentos, descubrir a quién podemos asistir, estar prontos para actuar. Y ese llamado no es abstracto ni para otros, es para vos y para mí”, remarcó.

Valenzuela también aprovechó para mencionar la actitud de muchos funcionarios y autoridades, a quienes acusó de refugiarse en trámites, discursos y excusas para no ensuciarse las manos.

“Los levitas y sacerdotes que pasan de largo también están en nuestras instituciones. Quizás para no tener problemas, quizás para no complicarse, pero la verdad es que, como ciudadanos, deberíamos cambiar el destinatario de nuestro enojo, porque muchas veces ese levita y ese sacerdote hemos sido nosotros mismos”, sentenció.

El obispo extendió su reflexión a la vida cotidiana y privada. “Nos molesta ver a una persona que tiene un carácter difícil, que tal vez es antipática o complicada, y nos quedamos solo con sus defectos. Nos fastidia, nos incomoda. Y dejamos de ver que detrás de ese temperamento hay un ser humano herido, un hijo de Dios, alguien que necesita que le pasemos la mano”, expresó.

Incluso recordó la actitud de quienes, tras provocar un accidente o dañar a otra persona, se desentienden y huyen de la situación. “Es terrible cuando alguien choca a una persona, la deja malherida y sigue de largo. A veces frena una cuadra más adelante, mira, y continúa. Eso es doloroso y cruel. Y no ocurre solo en las calles; ocurre en la vida diaria, en nuestros vínculos, en nuestras casas, en nuestros trabajos”, lamentó.

Jesús se ensució las manos al bajar a la cloaca de este mundo y cargar con todos los pecados de la humanidad. Nosotros, por lo menos, deberíamos dejar de ignorar al que sufre a nuestro lado”, concluyó con fuerza el obispo, en una homilía que no dejó indiferente a nadie.

Como cada domingo, la explanada de la basílica estuvo copada de feligreses.

Se tuvo la presencia de peregrinaciones de Misiones, Argentina; Presidente Franco, Pedro Juan Caballero, Caaguazú, Atyrá, Caraguay, Nueva Alborada y Luque.

Como cada domingo en la capital espiritual del pais se tuvo una importante concurrencia de feligreses.

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